24 octubre 2007

El caramelo y el escote

Acababa de salir de una visita al médico de cabecera. Y me apetecía tomar una cerveza, leer el periódico y mandar un mensaje a mi hermano para decirle que por fín voy a cambiar de trabajo.

El bar es una tasca pequeña, en forma de L. Varios clientes, jubilados en su mayoria, se apoyaban en la barra, discutiendo de política acaloradamente. Dominando la barra, moviendose despacio, pero con seguridad, la camarera. Le calculé unos cincuenta y tantos, ancha de caderas y pecho, con un jersey apretado que lucia un tímido escote.

Me acerqué y pedí una clara. Apropiándome de un periódico, me senté en una mesa a ojearlo.

Al poco oí algo extraño, me volví y vi a uno de los jubilados forjeceando con la camarera. No entendí que pasaba. La camarera repetía "estate quieto", y el jubilado seguía frocejenado con ella. Cuando la camarera por fín se zafó del hombre, este se volvió, un tanto airado y le dijo a su compañero:

"... Pues siempre lo hemos hecho. Es como un piropo. Hay que meter un caramelo en el escote de las chicas para que se quede allí calentito, para ir a buscarlo luego..."

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